martes, 8 de noviembre de 2011

Compañía


Tiene nombre de ciudad de Europa del este. Es la hermana más grande de cuatro, todos los otros con nombres italianos. Nació y vivió toda su vida en la misma casa. En el mismo barrio, en la misma cuadra.

A los 15 se puso de novia con Alberto, él tenía 17 y tenía una banda de rock. También vivía en la misma cuadra, y era el hermano varón más chico. Cuando ella tuvo 21 se casaron, a los meses llegaría su primer hijo y a los dos años el próximo. Dos varones. Me contó que siempre se sintió un poco sola. Que le hubiera gustado tener una hija mujer, porque son más compañeras.

Nunca nadie fue compañera de ella. Sofía siempre tuvo que ser sostén de la gente que la rodeaba, pero a ella nunca nadie la escuchó o la esperó con unos mates después de la escuela. Toda su vida trabajó en la misma escuela, donde también fueron sus hijos, ahora se jubiló y se aburre un poco.

Jamás pudo tomar decisiones por sí misma, siempre asintió, ni siquiera decidió sobre su separación, Alberto se fue cuando quiso y volvió cuando quiso. Todavía le sigue cocinando pasta los domingos, aunque hagan casi veinte años que están separados.

Su único vicio es el juego, el de Alberto es el alcohol, que es bastante peor. Ella juga todos los días a la quiniela, tiene sus cábalas y se sabe los números de las patentes de los autos de la gente que conoce, entre ellos sus vecinos. Se levanta a las nueve de la mañana, antes de ir a hacer las compras va a la quiniela. A la noche vuelve antes de que cierre y cuando puede y sus hijos no le cambian el canal ve los resultados por la tele, sino se va a su pieza y pone la radio. El único canal que sus hijos no le pueden cambiar es el de fútbol, cuando juega Racing. Ahí hasta las vecinas saben que a Sofía no se la puede molestar. Su hermana va todas la noches a tomar mate, a veces también se cruza Mabel, la vecina, que desde que se jubiló, enviudó y sus nietos se fueron a vivir lejos, se quedó un poco sola. Sofía les ceba mate hasta las 3 de la mañana. Yo no creo que sean su compañía, porque ella siempre las escucha, pero a ella no.

Una tarde que estábamos las dos solas, tomamos mate y me contó que una vez sí tuvo a alguien que la escuchó y la quiso. Fue unos años después que Alberto se fue, esos años que no supimos nada él, hasta que después volvió como si nada. A Carlos lo conocí en una de las reuniones del partido, yo la verdad que no me interesaba tanto militar, sólo seguía yendo por si tenían noticias de Alberto. Carlos era una persona de bien, trabajador, viudo y con una hija que vivía en el exterior, siempre me saludaba muy gentil y una noche, después de una reunión en el partido, me invitó a tomar un cafecito. Nuestros encuentros siempre fueron así, muy respetuosos, de charlar largo y tendido, siempre me imaginaba cómo hubiera sido mi vida si lo hubiera conocido de jovencita y no me hubiera casado con Alberto, que al final fue más un clavo en el zapato que otra cosa, porque yo sé que es buena persona, pero siempre fue tan problemático, y esa bebida que lo tiene atrapado y la vagancia… Una noche Carlos me invitó a su casa, vivía en un departamento, frente a la plaza. Él cocinó una carne al horno, y yo llevé unas masitas para tomar el café. Él me decía: aii Sofía es usted tan linda compañía. Nunca nadie me había dicho eso, nosé si alguna vez alguien se había percatado de que yo era una compañía. Ni siquiera mi hermana o Mabel. Carlos me hacía sentir una señora importante, y no hablo de lujos o regalos caros, hablo de valorar que lo escuche, valorar nuestros silencios, o una caricia cuando me daba cuenta que la estaba necesitando. Los dos nos habíamos sentido tan solos en este mundo, que tenernos el uno al otro, así en nuestra humildad,  en nuestro café con macitas, nos daba felicidad. Él me había hecho sentir una mujer, cosa que con Alberto nunca me pasó, porque siempre fui una cornuda consciente, y sí, te lo cuento así porque no me da vergüenza, pero el siempre con mujeres, con las drogas, el vicio, y yo siempre en la casa, con los nenes. Nunca me hizo sentir deseada, vos me entendés nena lo que te digo, ya sos grande.

Me cuenta que con Carlos se vieron así todo un invierno, hasta que la segunda semana de agosto, unos días después de su cumpleaños, él faltó a la reunión del partido, donde usualmente se veían. Esperó su llamado toda la semana y no tuvo noticias. Las semanas siguientes pasaron y ella seguía sin saber nada él. El teléfono de su casa estaba fuera de servicio, y no tenía confianza con la gente del partido para preguntarles, se supone que ella era la mujer de Alberto. Un día de finales de septiembre, escucha al pasar que estaban hablando de Carlos. Se acerca y Julio un muchacho del partido, contaba que se había enterado de pura casualidad que Carlos Borgatello había fallecido. Que se enteró por un conocido de él, que también está en el rubro de la imprenta. Según dicen estaba enfermo, de un cáncer fulminante y no se había hecho tratar.

Yo no puedo hacer otra cosa que cebarle un mate. Y acompañarla por un rato.

Sofía sigue cuidando a sus hijos varones, les prepara la comida para el trabajo, los incita a que estudien, al mayor le pide que se aleje de la bebida y de esos amigos que tiene que sabe que no le hacen bien, ella en el fondo reconoce a Alberto en su mirada y le da miedo que termine como él. Los domingos prepara la pasta, y comen los cuatro, porque Alberto sigue viniendo con olor a vino, a sentarse a esa mesa, como si la vida no les hubiera pasado por delante. Y la desesperanza no se pueda remediar con un boleto de quiniela.

Se llama Carlos. Tiene 78 años. Arregla electrodomésticos viejos. Su especialidad son los equipos de música. Le gusta mucho el tango. A los 20 trabajó en la construcción. Nunca se casó, por eso se conserva tan bien, dice. Tuvo cinco parejas en su vida, la que más duró fueron 13 años, me muestra su foto. Baila tango desde el año 48. Su especialidad es la milonga. Ahora tiene una compañera, Tati, son sólo amigos. Ellos también bailan juntos, ella dice que él la hace lucir, que la gente en la milonga se pone de pie para verle los pies. Tati tiene 47, es rubia, y  le escribió una carta donde dice que lo admira, me la muestra. A Carlos le gusta Gardel, Troilo también, pero con Gardel tiene algo especial. Se sabe todos y cada uno de sus tangos, y se los sabe al revés. Pone “Amargura”, en un winco de los sesenta, cada estrofa la repite de atrás para adelante. Me muestra sus fotos de la milonga, y tres diplomas que le dieron por trayectoria. También unas tarjetas de cumpleaños, la carta de Tati, y recortes de diario donde alguna vez salió su foto. También una revista, donde escriben en inglés: acá salgo con mis tres amigos de toda la vida, en un café de San Juan y Boedo. En esta nota dice todo como yo lo dije, la periodista, una chica jovencita que no sabía mucho de tango, puso tal cual lo que le conté, porque lo grababa.

Son las seis y cuareta y yo me tengo que ir porque llego tarde, Carlos me quiere seguir mostrando sus pequeños tesoros y hasta me ofrece mate. Entran otros clientes y puedo zafar, me da una tarjeta y me pide que vuelva.

viernes, 4 de noviembre de 2011

de las salas de espera.



Qué lindo eso que estas haciendo. ¿Qué es? Algo para la playa, para el mate. Qué divino me encanta, yo me casé con ese color. Zapatitos al tono, era tan joven. Qué envidia como tejes, a mi me duelen tanto los huesos, con esta artrosis que tengo, me la descubrieron hace dos años cuando me caí de la bici. Aa, yo también tengo eso, pero voy a unas camillas de rehabilitación que son gratis, del gobierno. No, no, a mí me gusta salir a caminar con mi marido. ¿Sos de Aries vos? No de Capricornio.

Atrás mío una señora que habla hace 35 minutos por celular. Su hijo Federico, el mayor, de 18 años el sábado salió a la casa de la Yesi, con la Nadia, su novia. Parece que no se privaron de nada, que eso que hicieron era una orgía. Federico volvió a las ocho de la tarde del domingo a su casa. Ella como es provinciana, de esas del puchero, el guiso y el plato lleno, les preparó una carne al horno para él y sus amigos.

Ella está con su hija, que se quiere robar un lugar. Cuando el toca el momento de anotarse para el turno, se arma la pelea. Todas las señoras hablan con la S, así como muy pronunciada, y medio que se jactan de sus enfermedades para tratar de conseguir un lugar. Todas gritando hasta que esa que iba con su hija grita: pero yo tengo cáncer. Silencio. Su hija llora, nosé si por eso o por vergüenza. La otra se da vuelta, me mira y me dice, seguro que le dio cáncer por perra. Yo asiento, entre asustada y cómplice. Pero Martha, la señora que está un lugar antes que yo, esa que tenía artrosis, le dice: aii nena, no la pelees no le vistes los brazos que tiene, Bonavena parece.

miércoles, 26 de octubre de 2011


Ese día se empezó a vislumbrar como un gran final. A veces pienso que fue también, un gran comienzo para otras cosas que vendrían. Sólo que a esos grandes comienzos sólo los entendería con varias horas de terapia.

Era octubre y había sido el día de la madre el fin de semana anterior. Ese domingo habíamos estado en la casa de mi tía, y yo había hecho una mousse de dulce de leche. No tengo muy claro si ese día fue un miércoles, o un jueves, sí me acuerdo que mi viejo estaba en la facultad dando clases. Yo estaba en mi pieza estudiando para el último parcial de antropología.

Mi mamá había salido, al hiper (ese supermercado pseudo shopping) que acostumbra, todavía a ir casi todas las siestas de su vida. A veces se toma un cafecito, a veces vueltea. Creo que, como a mí, el clima de siesta de esa ciudad la altera un poco. Tenía un pantalón de jean blanco y una remera blanca. Que no es algo fácil de olvidar, no sólo porque contrasta mucho con el color de su piel, sino por lo que pasó ese día.

Escuché que venía el auto de lejos, ya que el ruido de su motor es inconfundible, y  que la estacionada fue un poco violenta. A esas horas de la siesta, y en un barrio como el de mi madre, llama bastante la atención. El portón que se cerró violentamente, a lo que salté de la silla del escritorio, para ver que estaba pasando. Cuando la vi. El rojo de la sangre, ese rojo oscuro, le llegaba hasta las rodillas, desde su entrepierna. Lo primero que pensé es en una menstruación, lo que descarté de inmediato por tamaña cantidad de sangre. Su cara estaba pálida, alcanzó a tirarse en la cama, para desmayarse inmediatamente. Yo sola. Llamé a la ambulancia, después a mi tía. Lo que viene después lo tengo un poco desordenado, sé que fuimos a un sanatorio, que yo manejé. Y mi mamá fue sola en la ambulancia. Que mi papá llego al rato, y hasta creo que yo lo llamé a la facultad. Que de repente, en esa sala de espera estábamos todos los que habíamos estado ese domingo, con cara de velorio.

Por suerte no hubo velorio. Sí una operación, muchas peleas, un primer año de facultad que terminó sin demasiadas emociones, una navidad que llegó, de nuevo a la casa de mi tía, un viaje al sur. Y una mudanza.

sábado, 8 de octubre de 2011



Mi primer escritorio me lo regalaron cuando tenía seis, no me acuerdo bien quién. Pero era redondo, con sillita de yute. Siempre me gustó dibujar, nosé si por copiarle a mi papá que dibujaba en su escritorio, o porque es una típica actividad de un hijo único sin hermanos para molestar. Cada vez que mi papá volvía de viaje el regalo obligado era una caja de lápices o un cuaderno y una caja de alfajores, obvio. Nunca me voy a olvidar cuando me trajo mis primeros Caran d’Ache, una lata roja de 24, con la bandera suiza y una paisaje suizo, seguro, en la tapa. Todavía vivíamos en la casa de la calle Ameghino y por esos tiempos mi papá vivía entre San Juan y Paraguay. Yo invité a mis amigos del barrio a mi casa a dibujar y cuando veía que alguno apretaba mucho el lápiz, lo retaba.

Después de esa casa nos fuimos a vivir con mi abuela, ahí no tuve escritorio, la mesada de la cocina funcionaba como tal. Me gustaba usar el banquito de madera, ese que cuando venía mi tío, era exclusivo de él. Yo dibujaba en la cocina mientras la Ema miraba novelas. Le prometí que cuando sea una artista famosa la llevaba al Caribe.

En mis años de adolescencia, de mi pieza azul, no tuve escritorio. Pero usaba una cómoda para estudiar. Creo que en esos años no dibujé mucho. Creo también que no volvería a esos años jamás.

Ya a los diecisiete, cuando empecé la facultad mi papá me dio uno de sus tableros. El mismo que me acompañó hasta hace unos meses atrás. Tablero blanco, patas rojas. Primero estuvo en esa pieza azul, donde tuve que sacar una de las camas para invitados para que entrara. Estaba en una esquina de la pieza, y ahí estaba yo todo el día. Ya al año siguiente me mudé a mi casa. Con el tablero muy manchado de pintura, que también servía cuando venía algún compañero a estudiar. En el 2008 mi papá me regaló una computadora y sirvió para eso.

Ese quedó contra una pared blanca, que tenía dos repisas más arriba. Una con un cuadro del mar que hizo mi hermano, y otra con cajitas, piedras, portarretratos, cosas y cositas. Antes tenía más cosas, ahora ya no guardo tanto. Fotos blanco y negro de un lado, fotos de la familia al lado, y postales de obras del otro. Para dibujar tuve que buscar otro escritorio. Y mi mamá me dio  una mesa plástica de jardín, que se movía si la mirabas fijo, pero servía para su fin.
Al poco tiempo mi papá me dio otro tablero que tenía guardado en su oficina. Éste era el más grande que tuve. De madera, todo blanco. Ese sirvió de escritorio de dibujo, de estudio y de mesa de comer. Ese también lo tuve hasta hace algunos meses. Ahora está desarmado guardado con otras tantas cosas mías que descansan en cajas en la casa de mi mamá.

Ahora tengo un escritorio que me regaló Fede. Es de madera y chiquito como el lugar donde vivo. Y es perfecto. Y aquí dibujo, estudio, escribo y tomo mate. Me di cuenta que extrañaba tener un escritorio, un par de centímetro cuadrados que sólo son para hacer esas cosas que más me gusta hacer. Un lugar donde al sentarme me dan ganas de hacer cosas. Y me hace feliz.   

viernes, 23 de septiembre de 2011

vivir.



Todo el día se me mantuvo como una constante, que medio se hacía la boluda, pero mirabas un poquito mejor y ahí estaba. En esa sala del sanatorio, en un mensaje de la madre, o una película de July.

Está de ocho meses como mínimo, le duele, llora, el hijo de tres la molesta y también llora. Su marido está como un bobo que no sabe cómo hacer un trámite. Ella llora y se come un alfajor. Yo pienso que seguramente llora porque está cansada, porque quiere descansar un poco. Quiere que ese hijo nazca y que sea sano, pero que ella pueda descansar y por un minuto ese marido, que encima se llama Jorge se haga cargo del otro pibe. Otra es Mariela, lo supe cuando la llamaron. Ni bien se sentó al lado mío creo que se dio cuenta de mi cara de miedo y me preguntó como me sentía. Vos estás embarazada, no? No, bahh nose, estoy esperando un resultado. Vos tenés cara de que sí querés….silencio. Ella sí está embarazada, de tres meses y sí tiene cara de estar feliz aunque le duela un poco.

Ella me cuenta que llegó acá con un miedo terrible a vivir, después de un tiempo de terapia, decide que va a vivir, pero en otro lugar, donde sintió que era su lugar. Que no es lo mismo que su mamá quiere y le dice: pero mirá… si vos vas un día caminando por la calle, te atropellan, quedás cuadripléjica, quién te va a cuidar allá. Yo no puedo hacer otra cosa que reírme. Y también le cuento lo que me dice mi mamá, que es un poco así, menos melodramático. Pero sí, la constante es la misma. Es como si tuviéramos miedo a sufrir y necesitáramos pastillas para no llorar, cuando vamos, que la vida es también llorar y sufrir y eso…tiene que ver con el miedo a vivir, el miedo a sufrir.

A la noche vemos esa película que habla de mí, de vos, y de toda la gente que conocemos. Y él se muere de miedo a vivir y ella no hace más que ser ella y no tiene ni un poquito de miedo de abrazarlo cuando lo tiene que abrazar. Y a decirle que caminaría por esa vereda con él como si fuera una vida entera. Yo como soy medio ñoña, estuve todo el tiempo esperando el amor… y como es una película y cómo finalmente los que elegimos vivir sin miedo a vivir terminamos apostando al amor, me quedo más feliz, o más tranquila y no duermo con vos como si fuera la última noche, sólo una más de esta vida que sí elegimos vivir.

lunes, 12 de septiembre de 2011


Puedo atender los llamados más estúpidos de ese teléfono. Puedo escuchar los vecinos más molestos desde esa ventana. Puedo tener los pensamientos más imbéciles en esta mesa. Puedo extrañar tu olor a dormido de la mañana. Me puede caer una gota de transpiración con el calor del mediodía. Y caerme despacio (muy) por el costado del cuerpo. Y meterse por las tetas. Y pensar qué pensarías vos. Y querer que me desees. Y Adriana que me pide que esté por un segundo más feliz. Y me pueden caer doce lágrimas en ese momento que Adriana que me pide que esté por un segundo más feliz.

domingo, 4 de septiembre de 2011

calma


Un bolso con siete remeras, cinco bombachas, tres cargadores, dos jeans y un documento. Una Suarez en una punta de la cama. Yo en la otra.

Escuché música que hace mucho no escuchaba, esa que en otros momentos de mi vida me hacía feliz. Y hasta me sacó una sonrisa. Y hasta pedía que me digas que me adorás. Y hablaba de esos perfumes que conservan las cosas, los lugares. Que son los mismos que yo siempre guardo. Que no es lo mismo que otros guardan.

Fumamos. Comimos pizza con cerveza. Nos encontramos como cada vez que nos encontramos, que es como si fueses una hermana, de esas que nunca tuve, pero me imagino. De esas con las que no hacen falta muchas palabras. Le pedimos al cielo que la vida nos sonría por un rato. Lloramos, casi.

En otro momento me hubiera encantado el viaje. Volver a ver montañas por un rato. Mi papá. A la casa de mi mamá. Que me cuesta no decirle mi casa. Me cuesta decir eso. Me está costando la vida. Sí. Y a veces tengo ganas que ya no cueste. Que me dé un abrazo. Y diga al oído que mantenga la calma, contenga la respiración y abra los ojos abajo del agua. Como cuando era chiquita, y no me daba miedo.

sábado, 6 de agosto de 2011

ejercicio I

Va parado justo al lado mío en el colectivo. Es ese tipo de pelado que no se resigna a serlo, viste. Unos pelos largos que le tocan los hombros, y en la parte superior, ni noticia.
Tiene ese tipo de cara con las cejas, o la frente muy salida lo que hace que sus ojos se hundan con una gracia, casi de dibujito. Yo me pregunto si se le juntará pelusa en esas cuevas. Así como cuando se te junta pelusa en el pupo (que fea palabra). Es como si con un formón le hubieran sacado un pedazo.
Yo lo miro como entusiasmada con la idea de las pelusas. Es como si a esos ojos les hubiera costado salir. O se quedaron a medio camino. O no. mejor, es como si su frente no se acordó de dejar de crecer y siguió un poco. Y ahí atrás quedaron esos dos ojos en las profundidades de la cara del pobre hombre.
Creo que con los años encima se pone más interesante, porque su piel, que le empieza a tirar para abajo y ese hueso gigante le opone resistencia. Y la piel le sigue tirando para abajo. Y esos ojos ahí atrás. Y las arrugas a los costados. Y las ojeras que ya levantaron bandera y están rojas del esfuerzo le piden por favor que la corte.

miércoles, 27 de julio de 2011

de vueltas.


La Daniela viene de la fotocopiadora con los deberes para mañana. Una y diez. Toca el timbre. El Federico me espera y nos vamos juntos caminando. Son ocho cuadras de las que sólo compartimos la mitad, él sigue derecho y yo doblo en Juan Jufré. Cuando me cambié de colegio me escribió una carta en la que me decía que a pesar de que fuera medio idiota y me gustara jugar al futbol con los varones, él me quería.

Meto en la mochila el pijama que me saqué en el primer recreo. Paso por la biblioteca. Le aviso a la  Carla que va a primero segunda que hoy vine en bicicleta. Cargo en el canasto de la playera celeste la carpeta de plástica, esa que una vez el Rodrigo me pidió prestada y la presentó como propia. La vieja se dio cuenta y nos quiso amonestar a los dos. Yo le grité desde el balcón a él, que estaba en el medio del patio con todos sus amigos haciéndose el langa, que era un hijo de puta. Confesó todo y a mí no me hicieron nada.
Voy al quisco de en frente que los chicos me esperan para juagar una ficha al metegol. El pelado es mi compañero favorito, él adelante. Yo defensa. La contra es el gordo y  la Flori. El que pierde paga la coca. El Gusti me pasa a buscar a las y media. Que es la hora que nos esperan a almorzar. El siempre se queda en la esquina con la otra Florencia que es su novia, pero no nos quiere. Dice que somos unos insoportables. Ella es, claramente una ñoña, toda rubia, siempre con algo rosado. Pfffff… nosotros jugamos al metegol, nos hacemos la chupina, nos llevamos materias. Nos divertimos. A mí, particularmente me tiene celos, con el gusti nos conocemos desde los ochos, cuando yo me mudé al barrio. Hicimos juntos el ingreso, y el secundario. Cuando yo voy en bici, lo llevo en el asiento de atrás.

Son las siete y en invierno ya es de noche. Tuve clase de Historia a las dos y después taller. Guardo el mate y la caja de herramientas en el locker. Ya me vine con las cosas para ir al club después. El Marito salió de clases más temprano me avisó que lo busque por su casa. Él vive en el barrio que está atrás de la facultad, con tres pibes más. Salgo por la parte de atrás de la facu, aunque no me gusta mucho atravesar ese descampado sola. Me espera con unos mates y nos vamos juntos. A veces nos tomamos el diez, otras me lleva en el caño de la bici. Yo prefiero la bici, me gusta que me dé el aire en la cara y aprovecho para darle unos besos en el cuello mientras maneja. Además siempre nos gustó andar en bici, el día que me conquistó, fue cuando yo casi me mato porque un tipo me abrió la puerta de su camioneta que estaba estacionada y no me vio. Volé al medio de la calle. La bici hecha mierda. Mi rodilla peor. Él me curó la rodilla con su botiquín de montañista y a mí me re gustó.

Me tomo el café de las cuatro y media sabiendo que en una hora tengo que apagar la computadora e irme a mi casa. Milena siempre se toma el mismo recreo que yo a esa hora. Ella siempre pasa por un almacén rusa que está a un par de cuadras del estudio y compra algún chocolate raro o alguna golosina. Scott que es como mi jefe, me deja las cosas que tengo que hacer mañana, todo el plano marcado con colores. Parece que le gusta gastar de esas fibras lindas, que la recepcionista compra en la librería. A las cinco y media armo mi mochila, busco los token y le aviso a Jan que estoy saliendo para el club, que nos encontramos ahí. Subte línea oeste. Después tranvía, siete cuadras y ahí está el galpón. No tiene muchos lujos, porque no está en una zona muy linda de la ciudad pero para mí está bien. Son las nueve, tengo hora y media de viaje hasta mi casa. Camino hasta el tranvía de nuevo, el subte de nuevo, línea norte. Pizza en la calle, y Tyson que me espera para que le dé una vuelta.

Estuve toda la mañana en dibujo y  me vine a filosofía que tengo estética a la una y media. Me tomo el diecisiete que se demora un poco más y está más hecho mierda pero siempre hay asiento. Al mediodía casi nunca tengo tiempo de almorzar, así que en el aula busco alguna con mate cerca así me convida alguno, aunque esté dulce, ya fue. Son las cuatro y media y todavía se considera siesta. Salgo de clase, y atravieso la plaza Laprida o la casa de sarmiento según la parada del doce que elija. Siempre que paso por la vereda este de la plaza, hay un tipo que tiene su bolso entre los pies. El brazo derecho extendido en el respaldo y ahí su cabeza apoyada. Duerme. Esa es su siesta parece.

El mate con azúcar, como lo preparan en el campo, ya está re lavado. El Ariel se la pasa toda la mañana pasándome esos mates horrible, y yo medio por inercia los sigo tomando. Julia, que es la secretaria de la oficina de enfrente, esa que le gusta comprar flores para su jefa, aunque en realidad nunca las mira, a las doce y media ya se la escucho gritar desde el hall: Chau mis amores, hasta mañana. Fuma Parliament toda la mañana y se tiene que ir al patio de atrás porque en el edificio no se puede fumar. Yo a veces la acompaño, aunque en verdad, prefiero fumar en el balconcito y mirar la gente que pasa por la vereda. Casi todos se van a la una, como si fuéramos administración pública. Yo siempre me quedo hasta las dos, atravieso la misma plaza Laprida y me tomo el doce. Es horario de colegio turno tarde y no hay tanto pibe dando vuelta.

Son las seis y ya calculo que pasó la mitad de mi tiempo. A las siete ya me siento mejor sabiendo que me queda me hora y media, que casi siempre termina siendo una hora. Calculo cómo va la gente trabajando y empiezo a ver quiénes son los que probablemente se queden después de mi hora. Jorge ya se empieza a impacientar. Cierra arriba, se va a cambiar. Habla con Norita y le cuenta que no sabe cómo viene la noche, que con esta gente nunca se sabe. No quisiera tener su trabajo. Tampoco el mío. Pero el de él es mucho peor. Cuando son las ocho nos ponemos en la puerta y nos fumamos un pucho,  hablamos de política, de Spinetta, de mi ciudad, de su familia, de la mía. A las y  veinte armo la mochila, guardo la computadora, me fijo si tengo monedas. Cuando cierro todo camino cuatro cuadras, a veces seis. Espero el mismo colectivo todos los días. En el camino tengo tiempo de fumarme un pucho y elegir la música. Tardo de diez a doce minutos en llegar. Siempre la misma rutina, sacar las llaves, apagar la música y el asensor.
A veces es más feliz, a veces menos. A veces extraño, otras no tanto.

martes, 26 de julio de 2011

 soñé con vos. me mostrabas los dientitos. te tocaba la panza. te reías. te extraño peque.

domingo, 24 de julio de 2011



Un sándwich de vacío, unas fritas, una coca y un cortado. Dos cigarrillos. Qué lindos ojos que tenés. Son de contacto. Una risa y un no. vos no sos de por acá, no? No, pero hace cuatro meses que sí vivo por acá. Comés sola, sí, hoy sí.
Vuelve cada cinco minutos para ver si está todo bien. Me busca tema de conversación. Que el clima. Que el asado. Que el partido. Que el  barrio. Que la vieja que espera el taxi.
Cuando ya estoy en el cortado y el pucho de después de comer. Me limpia un poco la mesa. Y me cuenta que está científicamente comprobado que los ojos claros son más propensos a ver menos. Que él lo comprobó porque su papá que tenía unos ojos azules así como está el cielo hoy, tenía que usar unos anteojos como el culo de esta botella. Yo le cuento que también uso unos anteojos como el culo de esa botella porque me cuesta ver cuando leo. Sólo de cerca desenfoco.
Cuando le pago y le dejo propina por la charla de este domingo, me dice que espera que esté todo bien. Y me pide que vuelva. Sí claro vengo a veces, pero no sola, sólo que hoy extrañaba el asado del domingo. Y extrañaba que mi mamá me pida que le aliñe las ensaladas y le prepare las papas para la parrilla.  

lunes, 18 de julio de 2011

domingo, 17 de julio de 2011

no quiero.

Que el frío me endurezca las venas. Que el ruido tape los sonidos. Que el humo me cierre le pecho. Que el agua me limpie las tripas. Que el viento se lleve mi pelo. Que el sol me arruine los ojos. Me gaste la piel. Me arranque las uñas. Me seque la lengua. Y me deje sin vos.