miércoles, 27 de julio de 2011

de vueltas.


La Daniela viene de la fotocopiadora con los deberes para mañana. Una y diez. Toca el timbre. El Federico me espera y nos vamos juntos caminando. Son ocho cuadras de las que sólo compartimos la mitad, él sigue derecho y yo doblo en Juan Jufré. Cuando me cambié de colegio me escribió una carta en la que me decía que a pesar de que fuera medio idiota y me gustara jugar al futbol con los varones, él me quería.

Meto en la mochila el pijama que me saqué en el primer recreo. Paso por la biblioteca. Le aviso a la  Carla que va a primero segunda que hoy vine en bicicleta. Cargo en el canasto de la playera celeste la carpeta de plástica, esa que una vez el Rodrigo me pidió prestada y la presentó como propia. La vieja se dio cuenta y nos quiso amonestar a los dos. Yo le grité desde el balcón a él, que estaba en el medio del patio con todos sus amigos haciéndose el langa, que era un hijo de puta. Confesó todo y a mí no me hicieron nada.
Voy al quisco de en frente que los chicos me esperan para juagar una ficha al metegol. El pelado es mi compañero favorito, él adelante. Yo defensa. La contra es el gordo y  la Flori. El que pierde paga la coca. El Gusti me pasa a buscar a las y media. Que es la hora que nos esperan a almorzar. El siempre se queda en la esquina con la otra Florencia que es su novia, pero no nos quiere. Dice que somos unos insoportables. Ella es, claramente una ñoña, toda rubia, siempre con algo rosado. Pfffff… nosotros jugamos al metegol, nos hacemos la chupina, nos llevamos materias. Nos divertimos. A mí, particularmente me tiene celos, con el gusti nos conocemos desde los ochos, cuando yo me mudé al barrio. Hicimos juntos el ingreso, y el secundario. Cuando yo voy en bici, lo llevo en el asiento de atrás.

Son las siete y en invierno ya es de noche. Tuve clase de Historia a las dos y después taller. Guardo el mate y la caja de herramientas en el locker. Ya me vine con las cosas para ir al club después. El Marito salió de clases más temprano me avisó que lo busque por su casa. Él vive en el barrio que está atrás de la facultad, con tres pibes más. Salgo por la parte de atrás de la facu, aunque no me gusta mucho atravesar ese descampado sola. Me espera con unos mates y nos vamos juntos. A veces nos tomamos el diez, otras me lleva en el caño de la bici. Yo prefiero la bici, me gusta que me dé el aire en la cara y aprovecho para darle unos besos en el cuello mientras maneja. Además siempre nos gustó andar en bici, el día que me conquistó, fue cuando yo casi me mato porque un tipo me abrió la puerta de su camioneta que estaba estacionada y no me vio. Volé al medio de la calle. La bici hecha mierda. Mi rodilla peor. Él me curó la rodilla con su botiquín de montañista y a mí me re gustó.

Me tomo el café de las cuatro y media sabiendo que en una hora tengo que apagar la computadora e irme a mi casa. Milena siempre se toma el mismo recreo que yo a esa hora. Ella siempre pasa por un almacén rusa que está a un par de cuadras del estudio y compra algún chocolate raro o alguna golosina. Scott que es como mi jefe, me deja las cosas que tengo que hacer mañana, todo el plano marcado con colores. Parece que le gusta gastar de esas fibras lindas, que la recepcionista compra en la librería. A las cinco y media armo mi mochila, busco los token y le aviso a Jan que estoy saliendo para el club, que nos encontramos ahí. Subte línea oeste. Después tranvía, siete cuadras y ahí está el galpón. No tiene muchos lujos, porque no está en una zona muy linda de la ciudad pero para mí está bien. Son las nueve, tengo hora y media de viaje hasta mi casa. Camino hasta el tranvía de nuevo, el subte de nuevo, línea norte. Pizza en la calle, y Tyson que me espera para que le dé una vuelta.

Estuve toda la mañana en dibujo y  me vine a filosofía que tengo estética a la una y media. Me tomo el diecisiete que se demora un poco más y está más hecho mierda pero siempre hay asiento. Al mediodía casi nunca tengo tiempo de almorzar, así que en el aula busco alguna con mate cerca así me convida alguno, aunque esté dulce, ya fue. Son las cuatro y media y todavía se considera siesta. Salgo de clase, y atravieso la plaza Laprida o la casa de sarmiento según la parada del doce que elija. Siempre que paso por la vereda este de la plaza, hay un tipo que tiene su bolso entre los pies. El brazo derecho extendido en el respaldo y ahí su cabeza apoyada. Duerme. Esa es su siesta parece.

El mate con azúcar, como lo preparan en el campo, ya está re lavado. El Ariel se la pasa toda la mañana pasándome esos mates horrible, y yo medio por inercia los sigo tomando. Julia, que es la secretaria de la oficina de enfrente, esa que le gusta comprar flores para su jefa, aunque en realidad nunca las mira, a las doce y media ya se la escucho gritar desde el hall: Chau mis amores, hasta mañana. Fuma Parliament toda la mañana y se tiene que ir al patio de atrás porque en el edificio no se puede fumar. Yo a veces la acompaño, aunque en verdad, prefiero fumar en el balconcito y mirar la gente que pasa por la vereda. Casi todos se van a la una, como si fuéramos administración pública. Yo siempre me quedo hasta las dos, atravieso la misma plaza Laprida y me tomo el doce. Es horario de colegio turno tarde y no hay tanto pibe dando vuelta.

Son las seis y ya calculo que pasó la mitad de mi tiempo. A las siete ya me siento mejor sabiendo que me queda me hora y media, que casi siempre termina siendo una hora. Calculo cómo va la gente trabajando y empiezo a ver quiénes son los que probablemente se queden después de mi hora. Jorge ya se empieza a impacientar. Cierra arriba, se va a cambiar. Habla con Norita y le cuenta que no sabe cómo viene la noche, que con esta gente nunca se sabe. No quisiera tener su trabajo. Tampoco el mío. Pero el de él es mucho peor. Cuando son las ocho nos ponemos en la puerta y nos fumamos un pucho,  hablamos de política, de Spinetta, de mi ciudad, de su familia, de la mía. A las y  veinte armo la mochila, guardo la computadora, me fijo si tengo monedas. Cuando cierro todo camino cuatro cuadras, a veces seis. Espero el mismo colectivo todos los días. En el camino tengo tiempo de fumarme un pucho y elegir la música. Tardo de diez a doce minutos en llegar. Siempre la misma rutina, sacar las llaves, apagar la música y el asensor.
A veces es más feliz, a veces menos. A veces extraño, otras no tanto.

martes, 26 de julio de 2011

 soñé con vos. me mostrabas los dientitos. te tocaba la panza. te reías. te extraño peque.

domingo, 24 de julio de 2011



Un sándwich de vacío, unas fritas, una coca y un cortado. Dos cigarrillos. Qué lindos ojos que tenés. Son de contacto. Una risa y un no. vos no sos de por acá, no? No, pero hace cuatro meses que sí vivo por acá. Comés sola, sí, hoy sí.
Vuelve cada cinco minutos para ver si está todo bien. Me busca tema de conversación. Que el clima. Que el asado. Que el partido. Que el  barrio. Que la vieja que espera el taxi.
Cuando ya estoy en el cortado y el pucho de después de comer. Me limpia un poco la mesa. Y me cuenta que está científicamente comprobado que los ojos claros son más propensos a ver menos. Que él lo comprobó porque su papá que tenía unos ojos azules así como está el cielo hoy, tenía que usar unos anteojos como el culo de esta botella. Yo le cuento que también uso unos anteojos como el culo de esa botella porque me cuesta ver cuando leo. Sólo de cerca desenfoco.
Cuando le pago y le dejo propina por la charla de este domingo, me dice que espera que esté todo bien. Y me pide que vuelva. Sí claro vengo a veces, pero no sola, sólo que hoy extrañaba el asado del domingo. Y extrañaba que mi mamá me pida que le aliñe las ensaladas y le prepare las papas para la parrilla.  

lunes, 18 de julio de 2011

domingo, 17 de julio de 2011

no quiero.

Que el frío me endurezca las venas. Que el ruido tape los sonidos. Que el humo me cierre le pecho. Que el agua me limpie las tripas. Que el viento se lleve mi pelo. Que el sol me arruine los ojos. Me gaste la piel. Me arranque las uñas. Me seque la lengua. Y me deje sin vos.

viernes, 1 de julio de 2011

shhh



Qué bueno es vivir sin esperar nada a cambio. Qué bueno sentir, que en realidad, eso que sí (silenciosamente) estás esperando, te es dado.