Ese día se empezó a vislumbrar como un gran final. A veces
pienso que fue también, un gran comienzo para otras cosas que vendrían. Sólo que
a esos grandes comienzos sólo los entendería con varias horas de terapia.
Era octubre y había sido el día de la madre el fin de semana
anterior. Ese domingo habíamos estado en la casa de mi tía, y yo había hecho
una mousse de dulce de leche. No tengo muy claro si ese día fue un miércoles, o
un jueves, sí me acuerdo que mi viejo estaba en la facultad dando clases. Yo estaba
en mi pieza estudiando para el último parcial de antropología.
Mi mamá había salido, al hiper (ese supermercado pseudo
shopping) que acostumbra, todavía a ir casi todas las siestas de su vida. A veces
se toma un cafecito, a veces vueltea. Creo que, como a mí, el clima de siesta
de esa ciudad la altera un poco. Tenía un pantalón de jean blanco y una remera
blanca. Que no es algo fácil de olvidar, no sólo porque contrasta mucho con el
color de su piel, sino por lo que pasó ese día.
Escuché que venía el auto de lejos, ya que el ruido de su
motor es inconfundible, y que la
estacionada fue un poco violenta. A esas horas de la siesta, y en un barrio como
el de mi madre, llama bastante la atención. El portón que se cerró
violentamente, a lo que salté de la silla del escritorio, para ver que estaba
pasando. Cuando la vi. El rojo de la sangre, ese rojo oscuro, le llegaba hasta
las rodillas, desde su entrepierna. Lo primero que pensé es en una menstruación,
lo que descarté de inmediato por tamaña cantidad de sangre. Su cara estaba
pálida, alcanzó a tirarse en la cama, para desmayarse inmediatamente. Yo sola. Llamé
a la ambulancia, después a mi tía. Lo que viene después lo tengo un poco
desordenado, sé que fuimos a un sanatorio, que yo manejé. Y mi mamá fue sola en
la ambulancia. Que mi papá llego al rato, y hasta creo que yo lo llamé a la
facultad. Que de repente, en esa sala de espera estábamos todos los que
habíamos estado ese domingo, con cara de velorio.
Por suerte no hubo velorio. Sí una operación, muchas peleas,
un primer año de facultad que terminó sin demasiadas emociones, una navidad que
llegó, de nuevo a la casa de mi tía, un viaje al sur. Y una mudanza.