miércoles, 23 de febrero de 2011

42 kilos menos de presión.. q bien que se sienten.




*un post con remera roja, de felicidad

domingo, 20 de febrero de 2011

Edificio Mitre.

De ese edificio tengo buenos recuerdos. Quizás si entrara hoy me parecería una mierda, uno siempre ve todo más grande, e impresionante de chico.
Todos me causaba una mezcla de miedo e intriga, lo que lo hacía un lugar para investigar.
Ir al sótano, donde mi abuela guardaba su Renault 12 era = miedo. Todo gris, con eco. Una rampa muy pronunciada, por la que, con otras dos primas mías (casi) cometemos un acto de asesinato, largamos a otra prima nuestra de 6 meses en mi cochecito de pasear las muñecas.
Un nivel más abajo del estacionamiento estaban las bauleras. Lugar que era igual a cómo yo me imaginaba un infierno/cárcel de película de terror (que siempre las odié). Junto con las bauleras el incinerador, cosa que vine a entender de más grande,  para mí eso era un misterio. Sólo algo que hacía mucho ruido.
Lugar especial si lo había, la terraza. De ahí veíamos toda a Plaza 25 de mayo, y la gente que iba a café. Con mi prima, Daniela (con la que nos llevamos 5 meses de diferencia) compartía todo tipo de secretos, como comernos los mocos (a escondidas porque nuestros primos más grande nos hacían burla) y robarle cigarrillos a mi abuela, para fumarlos ahí en la terraza.
Después estaban todos los otros lugares/personajes alrededor del edificio. La quiniela de enfrente, donde también lustraba zapatos. Ahí compraba los cigarrillos para mi abuela y un ticket de quini 6 y, a veces, un telekino. Ese lugar olía a café. A veces me dejaban sentarme en las sillas-trono cuando llevaba mis zapatos del colegio a lustrar, porque había algún acto patrio o algo así.
A la vuelta, el kiosco del estacionamiento. Lo atendía una señora sacada de una pintura de Van Eyck. Ahí compraba siempre pastillitas La Yapa y chicles bazoka. Ella todavía está.
En la esquina, debajo de la entrada del edificio. El hombre que lustraba zapatos en la vereda. Un hombre morocho de cejas gruesas. Él también, todavía está. Y me saluda y pregunta siempre por mi familia.
Me voy hacia el pasado trayendo a la letra un montón de recuerdos, que siempre están y que cuando los pienso me parecen  tan fotográficos. Geniales, como único epíteto que le cabe a tan buenos momentos.
Ese es sí, un pasado al que no le debo nada y me dio todo. Recuerdos que aunque no estén en ninguna carpeta de foto de ninguna computadora, no se borran más.
Hay un pasado, o una memoria de él, que sólo cobraría sentido mirándolo en retrospectiva. O sea, cosas que a uno en el momento no le parecen nada, o no las entiende, sólo se lograrían entender con el pasar de los años. Uniéndolos, como un dibujo que se forma con números.
No es que haya vivido muchos años, pero a veces me acuerdo cómo pensaba las cosas de chica y entiendo (un poco) porqué soy así hoy.

Limpiaba los vidrios con alcohol

Ayer pasé por la Gral. Acha y Mitre. Ahí  vivía mi abuela. Ya hace como diez años se mudó. 5to. 22. Su casa, en la que un tiempo viví. Todavía me acuerdo su número telefónico. El portero gordo, don Díaz, y su esposa a la que le cortaron una pierna.
Me acordé de las manos de mi Nona, usaba las uñas color peltre. Fumaba desde que se despertaba. Marlboro box. 2 cajas por día. Me acordé de sus manos haciendo pulpetas un sábado a la mañana. También de las galletas boca de dama. La granadina y la soda en botella de vidrio color verde. También me acordé que jugaba al quini 6, de las tortillas de espinaca que me hacía. Sabía cómo regalonear a sus bisnietos.
Yo tenía 7 años cuando vivimos un tiempo con mi abuela y mi nona. Mi hermano, Juan Manuel, todavía no nacía y la casa sin terminar. Yo dormía en una pieza con mi abuela. Siempre veíamos películas tipo Daniel Steell y comíamos ‘after eight’ antes de dormir.
También estaba la Ema, su empleada, casi vivía con nosotros. La que más me mañoseaba. Yo me la pasa con ella, mientras hacía cosas como limpiar los vidrios con alcohol, planchar, o ver novelas. Yo mientras tanto me gustaba dibujar. Yo le decía que cuando fuera grande, iba a ser pintora y ganar mucha plata y ahí la iba a llevar al Caribe. Todos los 31 de mayo, me llama y pregunta si ya soy pintora.

martes, 15 de febrero de 2011

El hombre camina días enteros entre los árboles y las piedras. Raramente el ojo
se detiene en una cosa, y es cuando la ha reconocido como el signo de otra: una
huella en la arena indica el paso del tigre, un pantano anuncia una vena de agua, la
flor del hibisco el fin del invierno. Todo el resto es mudo es intercambiable; árboles y
piedras son solamente lo que son.

(Las ciudades invisibles_ Italo Calvino)










 casas de "El Yeco" Chile.... todas muy particulares y bonitas

lunes, 14 de febrero de 2011

14 de febrero

hace una semana pensaba que si me moría no pasaba nada.
que quizás sería todo más fácil. Y lo pensaba y lo decia sin ningún miedo eh?

que estupida. hoy no pienso así.
todavía guardo un poquito de tu olor.

viernes, 11 de febrero de 2011

Trato de explicarme el porqué de marcar lugares donde he visto gente llorar. Siempre lo vi como un acto muy puro, si se quiere, o muy despojado de cualquier vergüenza y lleno de dolor.
Encuentro que la persona en esa situación está pasando por un momento límite, en donde no puede hacer otra cosa que llorar, no puede seguir su camino, se tiene que sentar a llorar.
Marcar esos lugares, es una manera de crear ‘espacios’. Darle un lugar al dolor. Es una manera de abrazarte. Una manera de hacerte sentir mejor. De darte un lugar.