martes, 8 de noviembre de 2011

Compañía


Tiene nombre de ciudad de Europa del este. Es la hermana más grande de cuatro, todos los otros con nombres italianos. Nació y vivió toda su vida en la misma casa. En el mismo barrio, en la misma cuadra.

A los 15 se puso de novia con Alberto, él tenía 17 y tenía una banda de rock. También vivía en la misma cuadra, y era el hermano varón más chico. Cuando ella tuvo 21 se casaron, a los meses llegaría su primer hijo y a los dos años el próximo. Dos varones. Me contó que siempre se sintió un poco sola. Que le hubiera gustado tener una hija mujer, porque son más compañeras.

Nunca nadie fue compañera de ella. Sofía siempre tuvo que ser sostén de la gente que la rodeaba, pero a ella nunca nadie la escuchó o la esperó con unos mates después de la escuela. Toda su vida trabajó en la misma escuela, donde también fueron sus hijos, ahora se jubiló y se aburre un poco.

Jamás pudo tomar decisiones por sí misma, siempre asintió, ni siquiera decidió sobre su separación, Alberto se fue cuando quiso y volvió cuando quiso. Todavía le sigue cocinando pasta los domingos, aunque hagan casi veinte años que están separados.

Su único vicio es el juego, el de Alberto es el alcohol, que es bastante peor. Ella juga todos los días a la quiniela, tiene sus cábalas y se sabe los números de las patentes de los autos de la gente que conoce, entre ellos sus vecinos. Se levanta a las nueve de la mañana, antes de ir a hacer las compras va a la quiniela. A la noche vuelve antes de que cierre y cuando puede y sus hijos no le cambian el canal ve los resultados por la tele, sino se va a su pieza y pone la radio. El único canal que sus hijos no le pueden cambiar es el de fútbol, cuando juega Racing. Ahí hasta las vecinas saben que a Sofía no se la puede molestar. Su hermana va todas la noches a tomar mate, a veces también se cruza Mabel, la vecina, que desde que se jubiló, enviudó y sus nietos se fueron a vivir lejos, se quedó un poco sola. Sofía les ceba mate hasta las 3 de la mañana. Yo no creo que sean su compañía, porque ella siempre las escucha, pero a ella no.

Una tarde que estábamos las dos solas, tomamos mate y me contó que una vez sí tuvo a alguien que la escuchó y la quiso. Fue unos años después que Alberto se fue, esos años que no supimos nada él, hasta que después volvió como si nada. A Carlos lo conocí en una de las reuniones del partido, yo la verdad que no me interesaba tanto militar, sólo seguía yendo por si tenían noticias de Alberto. Carlos era una persona de bien, trabajador, viudo y con una hija que vivía en el exterior, siempre me saludaba muy gentil y una noche, después de una reunión en el partido, me invitó a tomar un cafecito. Nuestros encuentros siempre fueron así, muy respetuosos, de charlar largo y tendido, siempre me imaginaba cómo hubiera sido mi vida si lo hubiera conocido de jovencita y no me hubiera casado con Alberto, que al final fue más un clavo en el zapato que otra cosa, porque yo sé que es buena persona, pero siempre fue tan problemático, y esa bebida que lo tiene atrapado y la vagancia… Una noche Carlos me invitó a su casa, vivía en un departamento, frente a la plaza. Él cocinó una carne al horno, y yo llevé unas masitas para tomar el café. Él me decía: aii Sofía es usted tan linda compañía. Nunca nadie me había dicho eso, nosé si alguna vez alguien se había percatado de que yo era una compañía. Ni siquiera mi hermana o Mabel. Carlos me hacía sentir una señora importante, y no hablo de lujos o regalos caros, hablo de valorar que lo escuche, valorar nuestros silencios, o una caricia cuando me daba cuenta que la estaba necesitando. Los dos nos habíamos sentido tan solos en este mundo, que tenernos el uno al otro, así en nuestra humildad,  en nuestro café con macitas, nos daba felicidad. Él me había hecho sentir una mujer, cosa que con Alberto nunca me pasó, porque siempre fui una cornuda consciente, y sí, te lo cuento así porque no me da vergüenza, pero el siempre con mujeres, con las drogas, el vicio, y yo siempre en la casa, con los nenes. Nunca me hizo sentir deseada, vos me entendés nena lo que te digo, ya sos grande.

Me cuenta que con Carlos se vieron así todo un invierno, hasta que la segunda semana de agosto, unos días después de su cumpleaños, él faltó a la reunión del partido, donde usualmente se veían. Esperó su llamado toda la semana y no tuvo noticias. Las semanas siguientes pasaron y ella seguía sin saber nada él. El teléfono de su casa estaba fuera de servicio, y no tenía confianza con la gente del partido para preguntarles, se supone que ella era la mujer de Alberto. Un día de finales de septiembre, escucha al pasar que estaban hablando de Carlos. Se acerca y Julio un muchacho del partido, contaba que se había enterado de pura casualidad que Carlos Borgatello había fallecido. Que se enteró por un conocido de él, que también está en el rubro de la imprenta. Según dicen estaba enfermo, de un cáncer fulminante y no se había hecho tratar.

Yo no puedo hacer otra cosa que cebarle un mate. Y acompañarla por un rato.

Sofía sigue cuidando a sus hijos varones, les prepara la comida para el trabajo, los incita a que estudien, al mayor le pide que se aleje de la bebida y de esos amigos que tiene que sabe que no le hacen bien, ella en el fondo reconoce a Alberto en su mirada y le da miedo que termine como él. Los domingos prepara la pasta, y comen los cuatro, porque Alberto sigue viniendo con olor a vino, a sentarse a esa mesa, como si la vida no les hubiera pasado por delante. Y la desesperanza no se pueda remediar con un boleto de quiniela.

Se llama Carlos. Tiene 78 años. Arregla electrodomésticos viejos. Su especialidad son los equipos de música. Le gusta mucho el tango. A los 20 trabajó en la construcción. Nunca se casó, por eso se conserva tan bien, dice. Tuvo cinco parejas en su vida, la que más duró fueron 13 años, me muestra su foto. Baila tango desde el año 48. Su especialidad es la milonga. Ahora tiene una compañera, Tati, son sólo amigos. Ellos también bailan juntos, ella dice que él la hace lucir, que la gente en la milonga se pone de pie para verle los pies. Tati tiene 47, es rubia, y  le escribió una carta donde dice que lo admira, me la muestra. A Carlos le gusta Gardel, Troilo también, pero con Gardel tiene algo especial. Se sabe todos y cada uno de sus tangos, y se los sabe al revés. Pone “Amargura”, en un winco de los sesenta, cada estrofa la repite de atrás para adelante. Me muestra sus fotos de la milonga, y tres diplomas que le dieron por trayectoria. También unas tarjetas de cumpleaños, la carta de Tati, y recortes de diario donde alguna vez salió su foto. También una revista, donde escriben en inglés: acá salgo con mis tres amigos de toda la vida, en un café de San Juan y Boedo. En esta nota dice todo como yo lo dije, la periodista, una chica jovencita que no sabía mucho de tango, puso tal cual lo que le conté, porque lo grababa.

Son las seis y cuareta y yo me tengo que ir porque llego tarde, Carlos me quiere seguir mostrando sus pequeños tesoros y hasta me ofrece mate. Entran otros clientes y puedo zafar, me da una tarjeta y me pide que vuelva.

viernes, 4 de noviembre de 2011

de las salas de espera.



Qué lindo eso que estas haciendo. ¿Qué es? Algo para la playa, para el mate. Qué divino me encanta, yo me casé con ese color. Zapatitos al tono, era tan joven. Qué envidia como tejes, a mi me duelen tanto los huesos, con esta artrosis que tengo, me la descubrieron hace dos años cuando me caí de la bici. Aa, yo también tengo eso, pero voy a unas camillas de rehabilitación que son gratis, del gobierno. No, no, a mí me gusta salir a caminar con mi marido. ¿Sos de Aries vos? No de Capricornio.

Atrás mío una señora que habla hace 35 minutos por celular. Su hijo Federico, el mayor, de 18 años el sábado salió a la casa de la Yesi, con la Nadia, su novia. Parece que no se privaron de nada, que eso que hicieron era una orgía. Federico volvió a las ocho de la tarde del domingo a su casa. Ella como es provinciana, de esas del puchero, el guiso y el plato lleno, les preparó una carne al horno para él y sus amigos.

Ella está con su hija, que se quiere robar un lugar. Cuando el toca el momento de anotarse para el turno, se arma la pelea. Todas las señoras hablan con la S, así como muy pronunciada, y medio que se jactan de sus enfermedades para tratar de conseguir un lugar. Todas gritando hasta que esa que iba con su hija grita: pero yo tengo cáncer. Silencio. Su hija llora, nosé si por eso o por vergüenza. La otra se da vuelta, me mira y me dice, seguro que le dio cáncer por perra. Yo asiento, entre asustada y cómplice. Pero Martha, la señora que está un lugar antes que yo, esa que tenía artrosis, le dice: aii nena, no la pelees no le vistes los brazos que tiene, Bonavena parece.