Se llama Carlos. Tiene 78 años. Arregla electrodomésticos viejos.
Su especialidad son los equipos de música. Le gusta mucho el tango. A los 20
trabajó en la construcción. Nunca se casó, por eso se conserva tan bien, dice. Tuvo
cinco parejas en su vida, la que más duró fueron 13 años, me muestra su foto. Baila
tango desde el año 48. Su especialidad es la milonga. Ahora tiene una
compañera, Tati, son sólo amigos. Ellos también bailan juntos, ella dice que él
la hace lucir, que la gente en la milonga se pone de pie para verle los pies. Tati
tiene 47, es rubia, y le escribió una
carta donde dice que lo admira, me la muestra. A Carlos le gusta Gardel, Troilo
también, pero con Gardel tiene algo especial. Se sabe todos y cada uno de sus
tangos, y se los sabe al revés. Pone “Amargura”, en un winco de los sesenta,
cada estrofa la repite de atrás para adelante. Me muestra sus fotos de la
milonga, y tres diplomas que le dieron por trayectoria. También unas tarjetas
de cumpleaños, la carta de Tati, y recortes de diario donde alguna vez salió su
foto. También una revista, donde escriben en inglés: acá salgo con mis tres
amigos de toda la vida, en un café de San Juan y Boedo. En esta nota dice todo
como yo lo dije, la periodista, una chica jovencita que no sabía mucho de
tango, puso tal cual lo que le conté, porque lo grababa.
Son las seis y
cuareta y yo me tengo que ir porque llego tarde, Carlos me quiere seguir
mostrando sus pequeños tesoros y hasta me ofrece mate. Entran otros clientes y
puedo zafar, me da una tarjeta y me pide que vuelva.
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