sábado, 8 de octubre de 2011



Mi primer escritorio me lo regalaron cuando tenía seis, no me acuerdo bien quién. Pero era redondo, con sillita de yute. Siempre me gustó dibujar, nosé si por copiarle a mi papá que dibujaba en su escritorio, o porque es una típica actividad de un hijo único sin hermanos para molestar. Cada vez que mi papá volvía de viaje el regalo obligado era una caja de lápices o un cuaderno y una caja de alfajores, obvio. Nunca me voy a olvidar cuando me trajo mis primeros Caran d’Ache, una lata roja de 24, con la bandera suiza y una paisaje suizo, seguro, en la tapa. Todavía vivíamos en la casa de la calle Ameghino y por esos tiempos mi papá vivía entre San Juan y Paraguay. Yo invité a mis amigos del barrio a mi casa a dibujar y cuando veía que alguno apretaba mucho el lápiz, lo retaba.

Después de esa casa nos fuimos a vivir con mi abuela, ahí no tuve escritorio, la mesada de la cocina funcionaba como tal. Me gustaba usar el banquito de madera, ese que cuando venía mi tío, era exclusivo de él. Yo dibujaba en la cocina mientras la Ema miraba novelas. Le prometí que cuando sea una artista famosa la llevaba al Caribe.

En mis años de adolescencia, de mi pieza azul, no tuve escritorio. Pero usaba una cómoda para estudiar. Creo que en esos años no dibujé mucho. Creo también que no volvería a esos años jamás.

Ya a los diecisiete, cuando empecé la facultad mi papá me dio uno de sus tableros. El mismo que me acompañó hasta hace unos meses atrás. Tablero blanco, patas rojas. Primero estuvo en esa pieza azul, donde tuve que sacar una de las camas para invitados para que entrara. Estaba en una esquina de la pieza, y ahí estaba yo todo el día. Ya al año siguiente me mudé a mi casa. Con el tablero muy manchado de pintura, que también servía cuando venía algún compañero a estudiar. En el 2008 mi papá me regaló una computadora y sirvió para eso.

Ese quedó contra una pared blanca, que tenía dos repisas más arriba. Una con un cuadro del mar que hizo mi hermano, y otra con cajitas, piedras, portarretratos, cosas y cositas. Antes tenía más cosas, ahora ya no guardo tanto. Fotos blanco y negro de un lado, fotos de la familia al lado, y postales de obras del otro. Para dibujar tuve que buscar otro escritorio. Y mi mamá me dio  una mesa plástica de jardín, que se movía si la mirabas fijo, pero servía para su fin.
Al poco tiempo mi papá me dio otro tablero que tenía guardado en su oficina. Éste era el más grande que tuve. De madera, todo blanco. Ese sirvió de escritorio de dibujo, de estudio y de mesa de comer. Ese también lo tuve hasta hace algunos meses. Ahora está desarmado guardado con otras tantas cosas mías que descansan en cajas en la casa de mi mamá.

Ahora tengo un escritorio que me regaló Fede. Es de madera y chiquito como el lugar donde vivo. Y es perfecto. Y aquí dibujo, estudio, escribo y tomo mate. Me di cuenta que extrañaba tener un escritorio, un par de centímetro cuadrados que sólo son para hacer esas cosas que más me gusta hacer. Un lugar donde al sentarme me dan ganas de hacer cosas. Y me hace feliz.   

1 comentario:

  1. No me acuerdo muy bien de cómo llegué aquí pero me encanta su blog y lo echaba de menos. No deje nunca de escribir.

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