viernes, 15 de abril de 2011

  Candelaria siempre fue una chica triste. No se podía imaginar su vida de otra manera. Triste. Cada cosa buena que le pasaba, sería seguramente, el anuncio irónico, de algún otro acontecimiento desgraciado y triste.

  Toda su vida giraba en torno a la tristeza, a agrandarse el hueco en el pecho. Se vestía de melancolía, siempre con ropa vieja y de vieja. Se hizo amiga del insomnio, se emborrachaba de mentiras y dormía, siempre, con ella y con su ausencia.

  Caminaba entre la gente sin mirarla, seguramente, sólo se detendría en alguna mirada como la de ella, ausente, gris. Algún día se enamoraba de algún vagabundo, o de otro que toquaba la guitarra en alguna plaza.

  Aquel noviembre, y por esas cosas de la vida, que sólo se entienden a la distancia, le sostuvo la mirada. Quién no era triste, pero sí le gustaba aparentarlo un poco. Se vestía con colores, fumaba y vivía de sus fantasías.

  El se le acercó, quizás atraído por las diferencias y le ofreció un cigarrillo. Ella aceptó sin saber, ni siquiera sospechar, que era lo que estaba aceptando.

  Se fueron conociendo y a medida que pasaban los sábados, ella sumaba algún color, un pañuelo, un collar, un vestido, y hasta alguna sonrisa. Disfrutaban algunas noches juntos, él le escribía canciones, ella le tejía puloveres, él le cocinaba, ella lo adoraba.

  El tiempo seguía pasando, y Agustín seguía viviendo de sus fantasías y Candelaría lo seguía adorando.
Eso era todo.

  Era enero y el invierno más frío en quince años. Ella había hervido unas verduras y lo esperaba en cancanes, como a él le gustaba. El entró a la casa que ya compartían, con sus libros en la mano y la esperanza por el piso. Le dijo que había descubierto que no era real. Que él no era real. Que alguien se lo había inventado. Que ella.

  Lloró, pataleó, rompió sus fotos juntos. Le reprochó verdad. Ella no pudo hacer más que meterse en su cama, bien adentro. Taparse los oídos. Cerrar los ojos. Cerrarse.

  Agustín dió un portazo y salió.

  Candelaria se volvió a vestir de melancolía, a hacerse amiga del insomnio, a emborracharse de mentiras y a dormir con ausencia. Y algunos días, a enamorarse de algún vagabundo.

  Nunca más se miraron. Nunca más se miró con nadie cómo se habían mirado aquel noviembre.

  Se sabe que él siempre la espera, y cuando más la extraña la espía desde alguna esquina. Sabiendo que seguramente ella ya no le busque la mirada, y que quizás, ni siquiera lo reconozca.

2 comentarios:

  1. Cuantas veces habremos sido como Candelaria...o habré sido....genial.!
    Tanto, que una se pone en el lugar de Candelaria.

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  2. cuántas candelarias hay dando vueltas por ahí...pero agustines creo que pululan tb! jeje

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