domingo, 3 de abril de 2011

lunes.

Me acordaba de los domingos de aquel octubre, cuando vivía en otro sótano y por otras latitudes. Yo me levantaba temprano, para seguir con la rutina. Me tomaba unos mates, con taragüí que era la única que conseguía. Solía ir a un negocio en la calle Eglinton, donde me llenaba de nostalgia por ver unas galletas Manón o un pote de dulce de leche. Cómo puede una góndola de supermercado hacerte sentir tan cerca de casa.
Salía en busca de (no sé qué) sólo salir. Tomar el subte y bajar en alguna estación que  me sonara pintoresca. Un día me encontraba con algún mercado de antigüedades, con un puerto o con algún parque con gente que salía acompañada. No como yo.
Caminaba, sacaba fotos, comía, compraba cosas innecesarias. También hablaba sola y en otro idioma, para practicar.
Por aquella época, ya hacía frío, y el clima hostil hacía que mi domingo sea, semana a semana, un poco más gris.
Volvía a casa deseando que sea lunes para, por lo menos, tener con quien hablar en la oficina en una hora de almuerzo.
Caminando por mi barrio de casa bonitas, miraba por las ventanas a las familias allí reunidas. Me imaginaba a mi abuela que seguramente estaría jugando carioca con mis primas, comiendo maicenitas, y esas cosas de familia de domingo. Yo sólo esperaba el lunes.
Cuando entraba en ese otro, mi sótano, pensaba en la mujer que vivía arriba con su perro. Ella también seguramente estaría sola, pero acostumbrada. Seguramente cerca de las siete de la tarde se cocinaría algo, o se haría algún batido dietético, prendería la televisión y quizás ella también espere el lunes, tanto como yo lo esperaba.

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