domingo, 20 de febrero de 2011

Edificio Mitre.

De ese edificio tengo buenos recuerdos. Quizás si entrara hoy me parecería una mierda, uno siempre ve todo más grande, e impresionante de chico.
Todos me causaba una mezcla de miedo e intriga, lo que lo hacía un lugar para investigar.
Ir al sótano, donde mi abuela guardaba su Renault 12 era = miedo. Todo gris, con eco. Una rampa muy pronunciada, por la que, con otras dos primas mías (casi) cometemos un acto de asesinato, largamos a otra prima nuestra de 6 meses en mi cochecito de pasear las muñecas.
Un nivel más abajo del estacionamiento estaban las bauleras. Lugar que era igual a cómo yo me imaginaba un infierno/cárcel de película de terror (que siempre las odié). Junto con las bauleras el incinerador, cosa que vine a entender de más grande,  para mí eso era un misterio. Sólo algo que hacía mucho ruido.
Lugar especial si lo había, la terraza. De ahí veíamos toda a Plaza 25 de mayo, y la gente que iba a café. Con mi prima, Daniela (con la que nos llevamos 5 meses de diferencia) compartía todo tipo de secretos, como comernos los mocos (a escondidas porque nuestros primos más grande nos hacían burla) y robarle cigarrillos a mi abuela, para fumarlos ahí en la terraza.
Después estaban todos los otros lugares/personajes alrededor del edificio. La quiniela de enfrente, donde también lustraba zapatos. Ahí compraba los cigarrillos para mi abuela y un ticket de quini 6 y, a veces, un telekino. Ese lugar olía a café. A veces me dejaban sentarme en las sillas-trono cuando llevaba mis zapatos del colegio a lustrar, porque había algún acto patrio o algo así.
A la vuelta, el kiosco del estacionamiento. Lo atendía una señora sacada de una pintura de Van Eyck. Ahí compraba siempre pastillitas La Yapa y chicles bazoka. Ella todavía está.
En la esquina, debajo de la entrada del edificio. El hombre que lustraba zapatos en la vereda. Un hombre morocho de cejas gruesas. Él también, todavía está. Y me saluda y pregunta siempre por mi familia.
Me voy hacia el pasado trayendo a la letra un montón de recuerdos, que siempre están y que cuando los pienso me parecen  tan fotográficos. Geniales, como único epíteto que le cabe a tan buenos momentos.
Ese es sí, un pasado al que no le debo nada y me dio todo. Recuerdos que aunque no estén en ninguna carpeta de foto de ninguna computadora, no se borran más.
Hay un pasado, o una memoria de él, que sólo cobraría sentido mirándolo en retrospectiva. O sea, cosas que a uno en el momento no le parecen nada, o no las entiende, sólo se lograrían entender con el pasar de los años. Uniéndolos, como un dibujo que se forma con números.
No es que haya vivido muchos años, pero a veces me acuerdo cómo pensaba las cosas de chica y entiendo (un poco) porqué soy así hoy.

1 comentario:

  1. Hay.! es hermoso lo que decís, sabes que a mi me pasa lo mismo, pienso y siento que los recuerdos de la infancia son lo más, porque la inocencia es lo que sobresale...y una no piensa o se complica tanto como en esta edad...y generalmente si tuviste un buen abuelo/a y ya no esta, es una regresión constante, por que tiendo a relacionar las cosas o lugares con las cosas vividas con gente querida....me encanto.!
    gracias por hacerme acordar a mi infancia...:P

    saludos.!

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